Ella. (parte2)

Con una de las mil máscaras decidió observar la obra de la vida
con aciertos y desaciertos, y el ya sabido, desconcierto.
La vida,
la que tanto le prometió, y lo que jamás le cumplió.
Lo que en un momento le dio tan generosamente
y lo que le quito sin aviso, de un zarpazo.
Pero sigue viendo la obra de la vida,
con un desgarro de la carne en un callado gemido.
Y observa entristecida los milagrosos momentos de dicha,
lo poco que duran, y como, la vida
los arrebata impiadosamente.
Sus oídos se aturden con cerrados aplausos
de desahuciados espectadores, víctimas y victimarios.
Almas en pena, que pagaron su entrada
para ver como en un circo romano romperse la carne
y alimentarse mientras corre la sangre de guerras absurdas
mirando la palidez de la muerte ajena,
sin cargos ni culpas,
ellos no tienen espejo, son hijos de la miseria
actúan en consecuencia,
miserablemente obedientes a lo aprendido.
Ella sigue parada como puede mirando la obra de la vida
viendo como se desgasta, como van apagándose las luces,
como se secó la sangre,
como el putrefacto olor se hace costumbre,
viendo como se lavan las culpas, en piletas ajenas.
Espectadores y protagonista,
hablando y comprendiendo el mismo idioma.
La vida,
la que tanto le dio y tanto le quitó,
está desgastada sin brillo para nadie,
es más,
huye detrás de un viejo telón,
despidiendo al publico, con la más irónica de las sonrisas.
Ella se retira sin aplaudir, con los puños cerrados
la mirada fría y sus sueños muertos,
lo hace en silencio.
A nadie le pudo reclamar,
Dios no estaba en la boletería.
El solo puso el teatro,
los espectadores, y la escenografía.
Ni a él le pudo reclamar,
que su protagonista,
la que tanto le dio, y tanto le quitó
la había cruelmente estafado una vez más
y, con la más irónica de las sonrisas.