jueves, 6 de diciembre de 2007


Conjurada por la flor de sal, así fue la visión. Vino como si fuera una fiebre, con ese cuerpo, esa mirada. Cuando yo cerraba los ojos ella abría la tierra y el eco de un perfume brotaba de su boca. Le dije entonces que se durmiera, que no susurrara más el nombre por el que me llamaba ni la agonía presentida detrás de las ventanas. Edgar Vidaurre